Convirtiéndome en escritor de fantasía épica

Fantasy

¡Hola a todos! En el post de hoy no voy a reseñar ningún libro; hoy me voy a poner un poco más personal. Espero no aburriros, y que mi experiencia resuene con muchos de vosotros 🙂

Soy un escritor de fantasía épica. Siempre lo he sido. Aparte de relatos cortos, casi nunca he escrito una sola obra que no tratara de espadas y magia, héroes y villanos, y mundos y criaturas imposibles. Ahora mismo estoy en el proceso de edición de una novela en la que llevo trabajando más de un año (escrita primero en inglés y traducida luego al español), que espero poder publicar dentro de poco. ¡Ya os mantendré informados!

Aunque suene un poco cliché, llevo escribiendo desde que era pequeño. Lo cierto es que no puedo recordar una época en que no estuviera fascinado con la idea de crear mundos nuevos y poblarlos de gente y criaturas salidas de mi imaginación.

Pero, ¿cómo me convertí en este tipo de persona? ¿¡Qué es lo que fue mal!?

Viajemos atrás en el tiempo.

Según me cuentan, aprendí a leer cuando tenía dos o tres años. Al parecer, de niño le quitaba los libros de la escuela a mi hermana y los usaba sin que nadie se diera cuenta. De vez en cuando iba a mi madre, a mi hermana o a mi abuela, y les preguntaba cómo se pronunciaba alguna letra o palabra. Entonces, un día como cualquier otro, empecé a leer en voz alta los titulares de las noticias. Todos se sorprendieron mucho, ya que no recordaban haberme enseñado a leer.

A partir de ese momento empezó mi amor por los libros.

En aquella época también tuve la suerte de poseer una gran colección de libros, recopilados por mi abuelo y mi madre. Teníamos de todo allí, desde libros para niños que usaba mi madre para enseñar a sus alumnos, hasta las obras completas de Nietzsche en alemán (que intenté leer más adelante, con tanto éxito como cabría imaginar: ninguno).

Entonces, con cinco años, tuve la suerte de ir de viaje a Brasil con mi madre y un equipo de misionarios. Surrealista, lo sé. Estuvimos de “crucero” a través del río Amazonas, recorriéndolo de sur a norte. Pero, como nos encontrábamos haciendo trabajo de caridad, no nos detuvimos en los lugares más turísticos, sino que visitamos las aldeas más pobres y desfavorecidas a lo largo de las orillas y les llevamos comida y todo tipo de utensilios.

Durante este viaje me familiaricé con las pirañas, los cocodrilos, las serpientes, los flamencos, los delfines rosas, y más insectos de los que jamás creí posible que existieran, todos ellos tan venenosos que, antes de emprender este viaje, tuve que recibir cientos de vacunas. Me acostumbré a ver pájaros de todo tipo de colores hablar con voces que se parecían demasiado a las humanas, y me enamoré de la música que escuchaba tanto en el barco como en los pueblos que visitábamos.

Menciono esto porque creo que este viaje ha influido mucho en las descripciones que uso en mis novelas. Todo es siempre muy colorido, pero nunca uso los colores habituales, y los lugares que visitan mis personajes no son los que uno suele encontrar en los libros de fantasía. Todo aquel ambiente tan inusual y tan exótico me marcó para el resto de la vida.

¿Pero qué hay sobre mis influencias literarias?

Los primeros libros que recuerdo haber leído son Las mil y una noches y un montón de cuentos para niños. Nada fuera de lo normal. Entre ellos se contaban la serie Pesadillas, de R.L. Stine (de la que se hizo una serie de televisión en 1995) y Manolito Gafotas, de Elvira Lindo. Más adelante empecé a leer otro tipo de novelas menos comunes; entre ellas se encuentran la colección completa de Agatha Christie (de quien soy un gran fan) y una saga de novelas históricas japonesa conocida como El Taiko, de Eiji Yoshikawa. No leería mi primer libro de fantasía hasta que no tuve trece o catorce años, cuando un amigo me descubrió El señor de los anillos.

No es que no hubiera escrito cuando era niño. En mi infancia me encantaba dibujar comics, garabatos con giros argumentales ridículamente improbables. Pero aún no conocía la fantasía.

Entonces llegó el 2001. Era un adolescente desastroso que pasaba todo su tiempo leyendo o jugando videojuegos. Mis libros favoritos eran ESDLA (que fue la introducción de muchos al género de la fantasía) y la saga Dragonlance, cuyos libros devoraba uno detrás de otro. Sentía especial fascinación por el personaje de Laurana, una elfa que comenzaba siendo frágil y delicada y que acababa liderando un ejército y ganando batalla tras batalla. No me extrañaría que ella fuera el motivo de que la mayoría de mis protagonistas sean mujeres fuertes y determinadas.

También por entonces había descubierto los emuladores y el género de los RPGs, y ahí fue donde pasé la mayor parte de mi tiempo, jugando clásicos como Chrono Trigger, Secret of Mana, Lufia… Para mí, este género fue una revelación. Era como sumergirme en el mundo de mis libros de fantasía y ver el paisaje con mis propios ojos. Lo mejor de todo es que encima tenían bandas sonoras fascinantes, algunas de las cuales se han hecho famosas con el paso del tiempo.

Entonces, en el 2002 llegó a España Golden Sun. No sabría bien cómo describir la influencia que este juego ha tenido sobre aquellos que lo jugamos; basta con decir que hoy, 16 años más tarde, aún conozco mucha gente que lo sigue considerando su videojuego favorito de todos los tiempos. Éste, junto a su secuela (que continuaba y completaba la trama), conformaba una historia tan hermosa y tan interesante, que se convirtió en una de mis mayores influencias de todos los tiempos. Si no lo conocéis, os recomiendo echarle un vistazo; es partes iguales cuento de hadas y leyenda medieval, con un mundo precioso y una banda sonora inigualable.

Por esta época me dedicaba a escribir relatos cortos, la mayoría bastante mediocres, aunque conseguí ganar el concurso literario de mi instituto gracias a un cuento inspirado por la canción “Replica”, de Sonata Arctica. En aquellos tiempos fue cuando comencé escribir novelas de fantasía, aunque nunca avanzaba más allá de unos pocos capítulos, todos ellos un absoluto desastre. Si la memoria no me falla, mi primer intento se llamaba Crónicas de Zelled, un batiburrillo de conceptos que había adquirido jugando videojuegos y viendo anime. Era un despropósito sin pies ni cabeza, pero del que, por algún motivo, me sentía muy orgulloso.

La primera obra más o menos decente que conseguí acabar no fue una novela, sino, sorprendentemente, un videojuego. Mi amor por ellos me llevo a descubrir una herramienta que jamás hubiera creído posible: El RPG Maker. ¡No me lo podía creer! Ser capaz de producir juegos de mi género favorito sin ningún conocimiento de programación parecía un sueño hecho realidad.

Me pasé toda mi adolescencia trasteando con él, formando parte de comunidades que se dedicaban a la creación de RPGs y probando los juegos de otros usuarios. También hice algunos juegos de broma, que consistían en pequeñas cinemáticas plagadas de humor absurdo, y algunos incompletos (el que recuerdo con más cariño es Claiming Revenge, que desarrollé con un amigo).

Sin embargo, mi primera obra completa fue Amanecer, un juego de fantasía en el que unos viajeros se ven inmersos en una revolución en la que su hogar natal, la isla de Eiland, intentará liberarse de los invasores que la tomaron años atrás.

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Imagen por Laura Fullmoon; ésta iba a ser la portada de la novela

El tiempo pasó, y una idea acudió a mi cabeza: ¿y si hiciera una novela de Amanecer? El resultado, de nuevo, fue desastroso. Aunque la acabé, la historia duraba poco más de 80 páginas y seguía careciendo de ninguna clase de estilo o consistencia. Sin embargo, algunas personas se encariñaron con los personajes de esta historia, y llegaron a producir gran cantidad de fan art sobre ellos. Aunque la obra en sí no merecía mucho la pena, ver a la gente disfrutar con mis historias y dibujar a mis personajes sigue siendo la experiencia más bonita que he vivido como escritor.

Otra de mis principales influencias a lo largo de mi vida ha sido la música metal, sobre todo el sinfónico. La banda sonora de mi vida está compuesta por canciones de Sonata Arctica, Angra, Nightwish, Rhapsody… A donde quiera que fuera, siempre llevaba mi discman encima (sí, soy así de viejo), escuchando sus albums una y otra vez hasta que me aprendía sus canciones de memoria. Así era como me inspiraba entonces; en gran medida, sigue siendo como me inspiro hoy en día, también.

Por supuesto, este interés mío también se coló en mis escritos. Hay personajes, países y tramas inspirados por la música que he estado escuchando desde que era adolescente. Hay canciones que me inspiran sentimientos, aunque no tengan nada que ver con la letra, que luego traslado a mi obra. También he intentado insuflar mis letras de la grandiosidad y la atmósfera épica de esta música. En cierta forma, éste se ha convertido en mi estilo literario.

En resumen, se podría decir que he leído mucho durante mi vida (aunque el género de la fantasía es algo que no he abordado tanto hasta estos últimos años, cuando al fin me decidí a leer a Terry Pratchett, George Martin y Patrick Rothfuss), pero ésa no ha sido la única inspiración que he tenido. Los videojuegos (jugarlos y programarlos), la música, y, lo más importante, mi propia vida, han sido las mayores fuentes de inspiración.

Hay gente que enarcaría la ceja al escuchar esto. Muchos dicen que la única influencia de un escritor debería ser la literatura, y que todos los demás medios de expresión son formatos inferiores que solo sirven para entorpecer el cerebro. Cada uno tiene su opinión al respecto; os invito a dar vosotros la vuestra.

Lo que sí puedo decir es que escribir sobre lo que más me gusta, inspirado por las obras que más me han conmovido, es la actividad más satisfactoria que he realizado en mi vida.

8 comentarios

  1. Hola!!

    Siempre es una experiencia satisfactoria leer las experiencias de un escritor. En el fondo, todos los que escribimos ya sea por profesión o por hobbie tenemos esa emoción de crear mundos en los que nos gustaría vivir o personaje que quisiéramos ser o conocer. Gracias por compartirlo con nosotros. Te envío un abrazo desde Chihuahua, México

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  2. Me ha parecido muy interesante todo lo que cuentas. No estoy de acuerdo, al igual que tú, en que la única influencia de un escritor deba ser la literatura. Encorsetar la creatividad es como poner puertas al campo, y las ideas serán más originales y variadas cuantas más fuentes de inspiración (y experiencias, ya sean reales, literarias o virtuales) se tengan.
    Enhorabuena por la entrada.

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  3. Si en el 2 000 eras un adolescente, ahora estás alejándote de los 30. Es hermoso el entusiasmo que conservas, es claro que estás instalado en la Literatura. Y escribes con la naturalidad de un niño, muy lejos de la anacrónica intelectualidad elitista que denigra a los «plebeyos» que osan apartar la vista del dios Libro.
    Un tal Hector Bianciotti, escritor argentino que fue miembro de la Academia Francesa, no le dio absolutamente ninguna importancia al reclamo escandalizado de una periodista que le preguntó sobre el «problema» de que «ahora» los jóvenes no leen (en realidad, la clase media argentina nunca leyó más que los libros que les obligaron a leer cuando estudiaron, si estudiaron). Bianciotti le respondió que los libros no eran imprescindibles, que hoy en día había muchos medios para formarse e inspirarse.
    Hay mucha basura pomposa, narcisista y con emoción impostada en la torre de marfil. Son muy excepcionales aquellos seres capaces de lograr productos intensos basados en su interioridad. Jack London leyó lo que pudo en la biblioteca pública y no fue académico, sin embargo escribió una narrativa cuyos paisajes, situaciones y personajes pueden sentirse, porque él estuvo allí.

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